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Un país sin autocrítica

viernes, 31 de agosto de 2012


De pequeño admito que no me gustaba perder ni a las canicas, no soportaba verme superado por mis semejantes, encajaba una simple derrota en el recreo del colegio como una patada en el estómago, una especie de humillación, no podía ser verdad, alguien me estaba venciendo. Ante eso urgía a buscar una explicación, y lo fácil era buscar factores externos, si me metían un gol la culpa era de la defensa, está claro, y si perdíamos el partido la culpa era del árbitro que había favorecido al rival. Y si estas excusas no eran creíbles me inventaba algo, por ejemplo que ese día me dolía la cabeza. Todo con tal de eximirme de culpa o error.

Por suerte, aquello pasó, no porque haya perdido mi espíritu competitivo, que mantengo intacto, sino porque aprendí a hacer autocrítica a medida que me hacía adulto, buscando siempre mis errores y tratando de corregirlos, endureciendo los puntos débiles y mejorando día a día. Ese ejercicio, complejo pero necesario, todavía no lo ha dado nuestro país, o al menos no lo ha dado la mayor parte de la sociedad. Da la sensación, por los comentarios de la mayoría, que la culpa de esta crisis es del euro, del egoísmo de los alemanes, de los inmigrantes, de los políticos, de los mercados y un largo etcétera. Visto así, uno puede pensar que somos el pueblo más avanzado del mundo, el país más viajado, con más lectores y con más universitarios por habitante, y que lo único que nos falla son dos hombres de corbata que lo han hecho mal, y no, basta decir que esto no es así, y si bien es cierto hay políticos que no han cumplido con su deber, así como banqueros y jueces, lo cierto es que el hecho de que un país esté así es culpa de si mismo.

Y es que muchos compatriotas piensan que los alemanes o los suecos viven tan bien porque tienen mejores leyes o están hechos de otra pasta, y no, las leyes alemanas no distan mucho de las leyes nacionales, entre otras cosas porque las legislaciones europeas cada día son más parecidas entre si, cierto que hay diferencias, pero no son significativas. Tampoco me vale la excusa del bipartidismo, ya que los mismos que se quejan del bipartidismo luego envidian a Francia, el país más bipartidista de toda Europa. Es más, votar a un partido pequeño no te hace más democrático, tampoco menos. Otros culpan a los bancos, sepan que bancos hay en todos los países y que Holanda o Reino Unido han salvado a los suyos, y que los banqueros, como cualquier oficio, los hay honrados y los hay corruptos. Otros dirán que la culpa es de los mercados, ¿Acaso saben lo que son los mercados? Y otros que la culpa es de la Ley del Suelo que aprobó Aznar y continuó Zapatero, seguramente no sepan que es la misma ley que tienen Francia, Reino Unido o Alemania. O que la culpa es del euro, claro, la culpa es del euro y no del sinvergüenza de abajo que te pasó el café de las cien pesetas a un euro, por aquello del redondeo. 

No, no busquen tantos culpables fuera, no traten de tirar balones fuera, si cogen un diario y miran las audiencias televisivas de este país verán que Sálvame y similares son los programas más vistos y si miran el consumo de libros, películas o documentales y lo comparan con otros países, entonces si que se echarán las manos a la cabeza. Ahí verán que la culpa es de un pueblo adormecido, y sin ética alguna, que ha renunciado al patriotismo, pues suena facha y antiguo, para comprar un nuevo discurso egoísta e individualista que solo busca el bien personal, el disfrute desfasado las veinticuatro horas del día, importándole un pimiento lo que le pasa al vecino o si talan doscientos árboles en un espacio protegido, y todo ello sumergido en una borrachera de estupidez, hasta que un día se despierta de ese sueño, y entonces se da cuenta que está mal y que no está capacitado para salir del pozo en que se ha metido. La verdad que me apena ver a mi país así, sumido en esta bajeza cultural y moral. Miren una noticia al azar del diario deportivo Marca, del estilo "Messi es mejor que Cristiano" (o al revés) y verán discusiones y peleas, orgullos y desencuentros, como si la vida fuera en ello, luego vean una noticia de actualidad o corrupción, en El País por ejemplo, no verán la mitad de comentarios, parece ser que hablar de eso aburre, y claro, en este país, o algo es gracioso o no tiene futuro, no sé como Chiquito de la Calzada no ha salido presidente todavía. ¿De verdad creen que un país como el nuestro va a alcanzar a Alemania con este nivel de exigencia política y cultural? ¿Lo creen en serio? Pues ya les digo que son muy ilusos.

El otro día leía comentarios de simpatizantes del 15-M, con el cual simpaticé y participé en sus inicios, y la verdad que me avergonzó el nivel de lo que allí leía, no solo por las faltas de ortografía, caso a parte, sino por los comentarios de la gente. El titular rezaba "¿Para qué sirven los diputados?" Y la masa desesperada cargaba a insultos y gritaba que no servían para nada, que se tendrían que salir todos y que llegara uno que pusiera las cosas en su sitio. Comprendo que haya desesperación, pero nunca la desesperación ha de mezclarse con actitudes totalitarias, pues así nacen todas las dictaduras y frustraciones nacionales, y les recuerdo que somos ciudadanos y que tenemos que ejercer como tal. Esto en parte, explica que hoy tantos predicadores y tantos políticos estén forrándose, pues aprovechan la conjetura para lanzar mensajes casi mesiánicos a un pueblo desesperado, poco ilustrado y que busca una válvula de escape. No hay más que ver el auge de partidos nacionalistas o de extrema derecha, que culpan siempre al vecino o a los de fuera, o la cantidad de economistas de boquilla que dicen tener la solución solo por haberse matriculado en ESADE. 

Temo que todo acabará mal y que los que padecen fobia a la cultura, a la crítica y al pensamiento se harán cada día más fuertes, ya que "como hay crisis" está prohibido pensar, solo vale tirar piedras al más puro estilo troglodita, eso sí, luego queremos ser como los alemanes. ¿Ahora entendéis por qué desde fuera no se fían de nosotros? Un poco de autocrítica, y saldremos de esta. Solo un poco.

Medallas y poder

lunes, 6 de agosto de 2012


Dicen que los Juegos Olímpicos son mucho más que una competición deportiva, y razón no les falta. Seguramente la semántica popular se refiere a éstos como una competición que une a los mejores, que confraterniza a los pueblos y que exhibe unos valores como el esfuerzo o el sacrificio. Puede ser. Pero yo les hablaré hoy de la vertiente menos bonita de la acepción, es decir, de la utilización política de los juegos olímpicos y del rol de influencias mundiales.

Se supone, que independientemente de la renta por habitante o de la riqueza de una país, el nivel deportivo no tendría que verse afectado, pero es sabido, que esto no es así, y que a medida que un país ha logrado una progresión económica su medallero ha ido creciendo, por contra, aquellos lugares que han perdido fuerza en lo económico también han reducido sus metales. Nada por tanto tienen que ver los juegos modernos con aquellas primeras olimpiadas que se disputaron en Atenas el año 1896

Vayamos a los ejemplos prácticos, y empecemos por uno reciente. China, el gigante asiático, este país no participó hasta el año 1952 en Helsinki por temas políticos, y ha faltado a varias citas por los mismos motivos, pues bien, este país que rondaba las 30 medallas en los años ochenta, creció hasta las 50 medallas en la década de los noventa, a medida que su economía se expandía. En la década de los 2000 se alcanzan las 60 medallas, y en Pekín 2008, celebrándose por primera vez en China unas olimpiadas, supera la barrera psicológica de los 100 metales. Es evidente que la progresión es claramente ascendente. También lo es en países vecinos de progresión económica similar como Corea del Sur. 

Por contra, veamos el ejemplo de la Unión Soviética, este bloque de países pasó de 70 metales a mediados del siglo pasado, hasta situarse sobre los 100 a partir de los años setenta, y logrando superar esa marca a partir de la década de los ochenta, logrando incluso rozar las 200 medallas cuando los juegos olímpicos se celebraron en Moscú en el año 1980, no exentos de trifulca política en plena Guerra Fría. Es importante añadir que los países que no eran de la URSS pero estaban en la órbita de influencia, como Rumanía, Polonia, Checoslovaquia, Yugoslavia o Hungría tuvieron una evolución similar, viviendo un declive a partir del colapso de la URSS del año 1991, aún así, si sumáramos los países de ese bloque habrían ganado todas las olimpiadas desde 1992 hasta hoy, sin excepción y además holgadamente, lo que demuestra que la herencia todavía persiste, fruto de aquel pujante desarrollo económico y social.

¿Y qué pasa con los Estados Unidos? El medallero es también un reflejo de sus periodos económicos y políticos. A inicios del siglo XX el país no había llegado nunca a las 100 medallas, era un periodo donde todavía no habían alcanzado el rango de primera potencia clara, debido a la fuerza de Europa, no fue hasta el año 1932 en Los Ángeles, donde se alcanzó la cifra de los 103 metales, sin embargo en las siguientes, en Berlín 1936, sucumbió, debido al ascenso de la Alemania nazi que jugaba en casa. Tras acabar la Segunda Guerra Mundial, con una Alemania destrozada y tratando de recuperarse, los países vencedores de la contienda se reparten los metales, venciendo siempre Estados Unidos y logrando países como Suecia, Francia o Reino Unido un importante trozo del pastel de metales. Helsinki 1952, Melbourne 1956 y Roma 1960 son una continuación de lo sucedido en 1948 en Londres, Estados Unidos vence, pero sin pasar nunca de los 100 metales. En Tokio 1964 se empieza a polarizar el ambiente, al tiempo que Japón comienza también a emerger, en estas olimpiadas se produce casi un empate entre Estados Unidos y la Unión Soviética. Desde entonces, hasta los años noventa, las olimpiadas son un combate entre americanos y soviéticos que siempre están sobre la marca de los 100 metales, con varios boicots de por medio e incidentes como los atentados contra la delegación judía en Múnich 1972. Mientras que los países del bloque oriental como Alemania del Este o Polonia suben de forma acusada, la Europa occidental va perdiendo peso lentamente, la polaridad de los dos bloques y la pérdida de peso demográfico pasan factura al viejo continente. Desde la caída del comunismo hasta el año 2008, Estados Unidos siempre ganó y siempre estuvo sobre los 100 metales, sin sobresaltos, claro que como dije anteriormente, si sumáramos los países la extinta Unión Soviética la clasificación hubiese sido bastante diferente, ya que siempre hubiesen copado el medallero sobrepasando además las 150 medallas.

Ya por último, haciendo un repaso a nuestro país, España es también el reflejo de la situación económica y de nuestra propia idiosincrasia nacional. Siempre en una horquilla marginal de 0 a 2 metales durante el siglo pasado hasta los años ochenta, donde aumenta la horquilla hasta un valor de 5-6 metales, llegando a la actual horquilla de 10-20 medallas y alcanzando el récord histórico de 22 en Barcelona 1992. No hace falta explicar los motivos de esa evolución, pues hasta finales de los setenta España vive anclada en un régimen completamente aislado del exterior, y es desde entonces, cuando empieza una transición política y económica, a diferentes fases, pero continuada hasta hoy, que emerge el medallero. 

Por desgracia para los nuestros, tras la crisis económica que nos está azotando, las previsiones para Londres 2012 no parecen muy halagüeñas, unas olimpiadas que serán un duelo entre americanos y chinos, donde los primeros querrán mantener la hegemonía frente a los segundos que querrán arrebatársela, casualmente, un paralelismo de la actual situación mundial. Entre medio habrá una bajada de los países europeos, que lentamente se consumen desde hace décadas, quizás con una leve subida puntual del Reino Unido, ya que el factor de jugar en casa siempre da ventaja, y pocas novedades más, un auge moderado de países de América y África. Y como no, cada día más participantes femeninas y menos participantes de raza blanca, en definitiva, una fotocopia de la sociedad actual.

Y a pesar de todo, de la cara menos deportiva de los juegos, la ilusión y la magia siempre aparecen, la competitividad nos deja momentos como los récords de Phelps o las zancadas imparables de Bolt. Así son las olimpiadas. ¡Disfruten de los juegos!

Sonríe por encima de tus posibilidades

miércoles, 1 de agosto de 2012


Se ha puesto muy de moda en el lenguaje político, mediático y económico esa fábula de que hemos vivido por encima de nuestras posibilidades, como si la posibilidad en si fuera un objeto cuantificable y calculable. Lo que si parece más claro, y aquí hago las veces de observador, es que cada día se sonríe menos y se sonríe peor, ergo, hay una bajada cuantitativa y cualitativa, por tanto estamos sonriendo menos de lo que deberíamos, pero claro, aquí ni el FMI ni el BCE nos van a recomendar que sonriamos más, ni nadie nos va advertir de esa carencia.

¿Por qué sonreímos menos? La explicación es muy sencilla, hemos vinculado nuestra felicidad a objetos cuantificables en términos monetarios, hemos hecho de la posesión un placer y hemos apartado los gestos afectivos, la asociación entre personas y los actos altruistas a una segunda división en nuestras vidas, esto ha hecho que durante tiempos de bonanza, todos fuéramos felices y que de repente, una vez finalizado ese sueño y sustento material, todos hayamos entrado en depresión, tristeza y ofuscación.

Pero, ¡Alerta! Que diría el crítico televisivo Ferran Monegal, esta perversión humana no ha surgido de la noche a la mañana, ni mucho menos espontáneamente, hemos llegado hasta este escenario porque entre todos hemos ido desarrollando desde pequeños unos valores y una ética que distaban de lo moralmente correcto y humano, y hemos asumido una prostitución en nuestro código deontólogico como nunca antes se había hecho, sumado claro, a que el ser humano es ya de por si imperfecto e instintivo. Hemos reducido por tanto la felicidad a muy pocas cosas, y hasta el amor hoy día se ha llevado a unos límites completamente artificiales, guiados por las principales cadenas de consumo y los medios de comunicación. 

Sólo nos preocupa lo nuestro, no tenemos conciencia de vivir en sociedad, salvo cuando vamos a votar y todos "queremos cambiar el país" o cuando desde la barra del bar, muchas veces en estado de embriaguez, nos envalentonamos. Hemos convertido al ser antisocial que se monta en el metro con sus auriculares y no dice ni pío en nuestro referente social, en cambio, ese hombre mayor que se sienta a nuestro lado y trata de entablar una conversación, lo hemos elevado a la categoría de abuelo pesado que nos da la barra, cuando no nos damos cuenta, pero quien realmente nos da por saco es un modelo de sociedad y unos valores prefabricados que nos empujan hacia un precipicio de insolidaridad, egoísmo y poca humanidad, aderezados con mucho circo de por medio para que vivamos entretenidos y pensemos que realmente somos felices. Hemos minusvalorado el arte, el placer de estar una tarde devorando un libro, la necesidad de compartir momento con otra persona o el simple hecho de sumergirse en un bosque y vivir un poco la naturaleza en lugar de ver tantas luces y tantos logotipos al grito de "Compre, compre" o "Estamos de oferta." 

Está claro que nuestra felicidad vendrá determinada por nuestra ética, es decir, por tener la capacidad de discernir de lo que es realmente importante y lo que es irrelevante, de valorar aquello que tenemos en el campo afectivo y de saber cuidarlo, de tener una actitud crítica frente a la vida y de no ser simples borregos que siguen a la masa. De responder al odio, valor muy en alza en sociedades enfermas como la nuestra, con proposiciones positivas, haciendo que al final el odio pierda su valor, ya que no lo olvidemos, en nuestra sociedad actual, quien odia se le tiene en consideración pues es como el más "rebelde de la manada" en cambio quien actúa con moderación y responsabilidad no se le hace mucho caso, pues no hace tanto ruido y por tanto eso no vende, ejemplo claro, de que la sociedad de hoy ha perdido el sentido incluso a la hora de convivir y es un auténtico Show de Truman. De hecho, os contaré un secreto, si yo no tuviese ética ni valores y quisiera ser rico (económicamente hablando) me aprovecharía de esta sociedad enferma y escupiría odio, de forma inteligente claro, para que así se me escuchara y de esa forma podría hacer algo de dinero, pero mira que raro soy, esa hazaña no me motiva.

Si piensas que tu felicidad depende de cantidades monetarias o de si sube o baja la prima de riesgo, ya te lo aviso, va a ser complicado que seas feliz. ¡Ética! Es lo único que pido, sólo un poco de ética, con eso, podrás lograr sonreír por encima de tus posibilidades, que falta hace y que por cierto se contagia.

 
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